Su hermana Graciela, o la negra, como cariñosamente le llaman, dice que Jorge siempre fue muy curioso y observador de su entorno; de la naturaleza, de las gentes humildes que trabajaban en la hacienda El Cedral, y a la vida de sus propios amigos. De esas observaciones nacieron las canciones.
Ya siendo famoso, cuando llegaba a la hacienda, los trabajadores los saludaban y abrazaban, y él respondía de manera sincera y afable.
Los encuentros con los músicos y compositores en la casa paterna ubicada en el centro de Neiva siempre eran muy animados. “todos éramos jóvenes y la música y la fiesta siempre estaban presentes… Jorge era un gran bailador, donde sonaba un tambor, allí estaba, era el primero que sacaba una pareja para bailar”.
Lo recuerda como una persona muy generosa, divertida y de buen humor. Una vez de regreso de la población de Algeciras se encontró con una niña con los pies “chapines”. Le preguntó a la niña por su mamá y cuando pudo encontrarla le dijo: – La espero con la niña en mi consultorio, y yo le hago la operación para solucionarle esa deformidad-. Villamil era médico ortopedista, y siempre quiso estar al servicio de los demás, no le importaba el reconocimiento. En otra oportunidad recibió con agrado, y en forma de pago una pintura de un maestro ecuatoriano.
Decía que su don le venía de Dios. La inspiración le podían llegar en cualquier momento y buscaba algún papel o incluso una servilleta para escribir las canciones de inmediato.
Por aquellos años, 50’ a 70’, era muy común hacer paseos al río; allí se preparaba la comida, se bebía, y los instrumentos musicales no podían faltar. Los paseos eran momentos perfectos para encontrar la inspiración y muchas de sus más reconocidas canciones nacieron en esos lugares. A propósito de inspiraciones, Graciela recuerda un el día en que compuso la canción, No Llores por amor. Estando en una reunión, su amiga Ruth de Fernández, llegó sollozando diciéndole que acababa de romper con el entonces su novio, Héctor. Villamil al verla le dijo: -Te voy a componer una canción para que dejes de llorar-. Y allí mismo comenzó a escribirla.
Graciela, al observar las canciones de Villamil, afirma que son parecidas a los vallenatos de la costa caribe colombiana. El vallenato, narra la vida cotidiana de las gentes en pueblos, e identifica personajes populares o personas del común. Sin embargo en las canciones de Villamil se destaca un elemento más: el paisaje. Además Jorge Villamil le cantaba a todas las regiones del país, en momentos en que aún era muy difícil viajar.
Además su espíritu creador, en la manera como redactaba las canciones, se evidencia la presencia de la crítica política, con la descripción del paisajismo y la presencia de personajes cotidianos, como metáforas de la vida.
Por todo lo anterior, y a pesar de la fuerte industria musical colombiana y latinoamericana en otros géneros, la música de Jorge Villamil es un gran legado cultural que sigue vigente por medio de los festivales anuales donde se bailan sus composiciones. La música de Villamil sigue siendo símbolo de unión del departamento de Huila y un legado de gran importancia para Colombia y el mundo.
Ana Castro acompañó y cuidó al maestro Jorge Villamil en sus últimos años. La primera vez que tuvo noticia de Villamil fue en un programa de televisión, y afirma que desde ese día quedó muy impresionada por la belleza de las canciones.
Años después se le presentó la oportunidad de poder trabajar como su ama de llaves y asistente, y no lo dudo en hacerlo. Así el acompañamiento se prolongó por casi 10 años. Estuvo presente en muchos momentos de la vida de Villamil, desde celebraciones en el apartamento, hasta los tratamientos médicos derivados de la diabetes que padecía.
La rutina del maestro en los últimos años era levantarse temprano, leer la edición del periódico El Tiempo y hacer el crucigrama, Ya a media mañana salía para Sayco (la Asociación de Compositores de Colombia). Regresaba a media tarde, siempre con alguna nueva muestra de música o grabación; la escuchaba y la comentaba.
Luego también leía algún libro o escuchaba sus propias composiciones en interpretación de alguno de los muchos artistas que grabaron sus canciones. A veces comenzaba a escribir una nueva canción, tenía solo el nombre, como si fuera la puerta de entrada a una inspiración que se iría a presentar en los días siguientes. Su perro Calígula; un pincher, y una taza de café, acompañaban el proceso creativo. Entre sus últimas composiciones se encuentra: Lo he leído en tus ojos.
En su apartamento eran frecuentes las tertulias acompañadas de música de los diferentes dúos y tríos cercanos a Villamil como Los Inolvidables, Silva y Villalba y músicos amigos, como Jorge Lis. El tamal con chocolate caliente era su comida preferida para esos días de reuniones.Era devoto del Señor de los milagros de Buga. Cuando visitaba a la tiplista, Olga Acevedo, les gustaba interpretar Painimia (Caña) una animada composición del Villamil.
Jorge Villamil le dio instrucciones precisas a Ana para sus últimos días, por si llegara a morir en la casa. Debía llamar a Sayco para que llegara la ambulancia y certificara su muerte, luego debía ponerse en contacto con su hijo Jorge y luego con su hija Ana María. También debía colocarle sobre el pecho un crucifijo que tenía. A pesar de que la muerte prematura de su hija Ana María lo afecto mucho, hasta el último momento, comenta Ana, el maestro conservó su chispa y buen humor.
Conoció a Jorge Villamil a finales de los años 50, en una reunión en casa de Reinaldo Cabrera Polonía. Más adelante, en un encuentro musical con Dario Garzón del dueto Garzón y Collazos, tuvo la oportunidad de comenzar una amistad que perduró hasta el día de la muerte de Villamil. El interés por la música folclórica los unió. Allí supo del sobrenombre que Garzón le había dado a Villamil: El cantor de la Patria.
Jorge Lis afirma que Villamil parecía siempre pensando en alguna canción, su mente vivía permanentemente en la música, parecía que no le prestaba atención a nada más.
Al hablar de las canciones de Villamil, Jorge Lis las describe como poesías: “Era un poeta que pintaba las escenas cotidianas del campo. Esta es la característica más importante de su música que lo convierte en un historiador”. Narraba todo, y le canto a casi todas las poblaciones importantes del país, algunas convirtiéndose en representativas de esas ciudades. Jorge no tenía pieza mala; todas las canciones son de una gran trascendencia.
Una vez le contó la vergüenza que había pasado en su consultorio cuando llegó una pareja con su padre enfermo. Justo cuando los estaba atendiendo entró la llamada del reconocido compositor colombiano ‘Lucho’ Bermudez que le pedía con urgencia que le dictara por teléfono la letra de una canción. Villamil comenzó a dictarle la letra de la canción en presencia de la pareja y del enfermo, pero ante las miradas de sorpresa y desagrado, se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Cortó la llamada y atendió a enfermo, pero ese evento le ratificó que su vocación estaba más por el lado de la música, que por el de la medicina.
En 1968 la amistad entre los tocayos se vio reflejada en la despedida que le hicieran sus amigos más cercanos en la finca Matapila. La noticia de que se le iba a hacer una despedida a Villamil se propagó por toda la región, y al final fue una inmensa celebración. Cuenta Lis, que por fortuna habían preparado grandes cantidades de comida, por lo que las viandas no faltaron. Se comió, chivo, cerdo y tamales. El ofrecimiento era informal. El grupo musical Los Hermanos Martínez estuvo presente.
Cuenta Lis, a modo de anécdota, que por esa época el Municipio estaba instalando tuberías de acueducto, por lo que la carretera estaba llena de zanjas. Cuentan que al final de la reunión y entrada la noche en medio de la oscuridad, los invitados debieron sortear con dificultad los canales para no caer en ellos, presos como estaban por el alcohol.
Al otro día, para despejar la noche del festejo, fueron a un balneario de aguas tibias. Carlos y Jorge Lis le dieron a Jorge Villamil como regalo de despedida una tambora encargada a Cantalicio Rojas, experto conocedor en percusión. Acompañado de champaña le entregaron el instrumento musical. Villamil lo aprecio por todas partes, lo consideró de gran calidad y dijo: A partir de este momento esta tambora se va a llamar “La Barbacoa”. Este instrumento reposa actualmente en el Museo Jorge Villamil.
Lis dice que a pesar del paso de los años lo extraña por su amistad y sinceridad. A pesar de la fama, nunca cambio su forma de ser: sincero, leal y sencillo con sus amigos. Para Jorge Lis, el mayor legado que le dejo Jorge Villamil es la amistad.
Desde mi cabana y el Pasillo Ilusion, son algunas de las composiciones de Jorge Lis.
Conoce el texto titulado La Barbacoa.
Desde los cinco años, y gracias a las enseñanzas de su padre, Olga Acevedo conoció las primeras posturas del tiple, así como los ritmos y acompañamientos. “Sáquele provecho a la música y a todo lo que le he enseñado”, le dijo su padre, y así fue. A los 7 años comenzó a tocar en la guitarra los temas de Álvaro Dalmar y Mario Martínez, entre otros. Con esa herencia su carrera musical había ya comenzado. Luego en el colegio La Presentación de la ciudad de Neiva, aprendió piano. Todo su aprendizaje musical fue de oído.
Ya adolescente en Bogotá dio clases de tiple y guitarra, y se hizo conocer rápidamente en el ambiente capitalino.
Olga Acevedo conocía a Jorge Villamil de nombre, pero un día en una reunión, el compositor la vio interpretando de manera virtuosa el tiple y la guitarra y le dijo: -Bueno Olga, y qué piensas hacer con tu talento?- A lo que Olga le contestó: – Yo quiero tocar un instrumento, y por medio de él dejar un recuerdo y un legado-.
Desde ese momento la amistad de Olga y Jorge Villamil se prolongó hasta la muerte del compositor y se materializó en más de una decena de discos grabados por la triplista con temas de Villamil.
Durante esa primera reunión, Villamil le dijo que la pondría en contacto con Eduardo Calle, propietario del sello musical Bambuco. En una reunión posterior conoció al empresario, y allí mismo le propuso que preparara doce temas para grabar, y le dijo que si el disco tenía buenas ventas, la seguiría apoyando, y así ocurrió. Olga preparó los doce temas, el día de la grabación no tuvo necesidad de repetir ninguno, el disco se imprimió y fue un éxito. Gracias a la difusión del disco llegaron las presentaciones en el Grill La Pampa y el As de Copas, prestigiosos escenarios donde tocó durante ocho días seguidos.
Olga Acevedo incluyó en casi todos sus LPs temas de Jorge Villamil. Un disco especial fue el de la despedida del compositor cuando se iba para México a desarrollar sus estudios de especialización.
Olga Acevedo recuerda con mucha alegría las horas de acompañamiento en los estudios de grabación: “gozábamos mucho con él, siempre estaba presente. Al terminar cada disco nos envolvía una gran alegría. Jorge sentía con fuerza la música. Al final de cada canción siempre había muchos bravos!!”.
Jorge Villamil bautizó a Olga Acevedo como: “La Reina del Tiple”. Pero luego de algunas grabaciones Olga le propuso que lo cambiaran ese apelativo por el: “El Tiple de Oro”. Villamil aceptó, no sin antes decirle que la “reina del tiple” era un bello nombre. Villamil aceptaba las sugerencias que le hacía Olga y confiaba plenamente en su criterio musical.
Recuerda Olga, que Jorge silbaba mucho las canciones, las tarareaba y les así les iba sacando el ritmo. En una de las últimas grabaciones, con la canción Te Estoy Dejando de Querer, a Jorge Villamil se le aguaron los ojos y contagió con ese sentimiento de nostalgia a todos los presentes.
Los domingos en las tardes eran frecuentes las reuniones en la casa de Jorge Villamil en Bogotá. Allí se departía con una gran cantidad de amigos, eran unas veladas culturales, como música, comida y bebidas.
Desde la muerte de Jorge Villamil, dice Olga Acevedo, la música colombiana está olvidada, no hay manera de comparar a como era en los años 50 a 70. Son pocas las emisoras que programan música colombiana, en el caso de Bogotá, sólo tres o cuatro lo hacen.
Germán, junto con Hernán Abril y Enrique Vargas fueron compañeros de Jorge Villamil durante toda la carrera universitaria y luego desarrollaron una amistad íntima hasta el día de la muerte del compositor.
Entre los recuerdos que tiene Germán de esa vida universitaria están las rutinas de estudio: Durante la semana se reunía para estudiar en alguno de los cafés del centro de la ciudad y los fines de semana podían organizar serenatas para ofrecérselas a las novias o enamoradas. Germán era el cantante de esta improvisada agrupación. Una de las anécdotas que recuerda, ocurrió una noche que fueron a dar una serenata a la novia de un compañero. Cantaron durante mucho tiempo viarias canciones, repetían algunas, cantaban más fuerte; y la novia no salía a saludar a los serenateros, como era la tradición. Ante la no aparición de la enamorada, los compañeros subieron al automóvil y estando ya a punto de irse, la novia llegó en otro automóvil acompañada de un señor. Se bajaron, se dieron un beso, mientras ellos observaban desde la distancia… fue el fin de una historia de amor.
Entre las serenatas y el estudio pasaron esos años. Como estudiantes dedicados que eran, pasaban las noches en blanco estudiando principalmente en la casa de Castelbondo, y en más de una oportunidad, llevaron a escondidas brazos y piernas del anfiteatro de la Universidad a fin de profundizar sus estudios de anatomía. De allí salió una canción que al parecer nunca se grabó: Si las paredes hablaran.
En general la vida universitaria la recuerda atravesada por la música y los músicos de la época, tocando boleros y sones. Había un lugar en pleno centro de la ciudad de Bogotá, que se llamaba La Puerta del Sol. Allí se reunían los grupos especializados de dar serenatas. A Jorge le gustaba mucho ir a estos lugares para departir con los cantantes e intérpretes.
Adorada Ilusión, era una canción que al “opita”, como le decían sus compañeros, le gustaba mucho escuchar en voz Germán. Por otra parte, el padre de Germán y Jorge se hicieron grandes amigos y recuerda las tertulias musicales al lado del río Magdalena en la ciudad de Neiva.
Jorge Villamil se inspiraba en las historias que escuchaba o de las que tenía conocimiento. Germán Castelbondo, era un gran enamorado que manifestaba los sentimientos a sus conquistas por medio de cartas. Una vez Jorge tuvo conocimiento de una de estas cartas y al leerla quedó sorprendido. Algunas de las historias de amor de Germán pudieron ser insumo para las canciones del compositor.
Germán recuerda a Villamil como un hombre muy correcto y amable, dedicado a su profesión pero con la vena artística. La frase: “Hay muchos médicos, en cambio, compositores muy pocos”, la recuerda como la expresión que llevó a Villamil a abandonar definitivamente la medicina, para ocuparse de la música popular.
Los últimos años de vida de Villamil, Castelbondo los recuerda colmados de reuniones en la casa del compositor, lugar a donde siempre llegaban grupos de música que querían obtener el permiso para grabar alguna de sus canciones o conocer nuevas melodías para ser los primeros en interpretarlas.
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