Las canciones de Jorge Villamil Cordovez también llegaron a los oídos de un gigante dormido
La serpenteante carretera que lleva de Ibagué a Villa Restrepo y a las estribaciones del Volcán Nevado del Tolima se despliega casi paralela a la cuenca del otrora caudaloso río Combeima.
El recorrido que dura poco menos de una hora se encuentra enmarcado por actividades y negocios de todo tipo, desde grandes restaurantes con cientos de bombillos colgantes que atraen a los posibles comensales, hasta humildes tiendas donde los lugareños se toman sus cervezas de fin de semana.
Entre los platos típicos que se ofrece a los visitantes están el sancocho de gallina, conejo al horno, carne asada y trucha o mojarra.
En otros locales se venden las tradicionales archiras, huilenses o tolimenses, así como bizcochos de leche y las tradicionales cucas. En algunas casas campesinas se anuncia con letreros escritos a mano, que se venden los llamativos huevos campesinos de sorprendentes colores naturales; verdosos, azulados, amarillos o rosados.
Mientras más se acerca el visitante a Villa Restrepo, más cerrado se hace el cañón, la humedad se incrementa y las montañas van ganando altura, al tiempo que su verde intenso y frondoso se va ocultando por la neblina.
El Jeep Willys corre veloz por la carretera. Lleva el cupo completo, incluso tres personas van de pie agarradas de los parales traseros del vehículo. Sobre el techo morrales, tulas y cajas, una de ellas lleva embutidos unos cuantos pollos vivos. A medio camino la lluvia arrecia, doña Úrsula, una matrona de difícil caminar y unos cuanto kilos de más exclama: -¡Mis pollos, no se vayan a mojar, bájenlos! Su pareja que va agarrado de los parales, haciendo un esfuerzo en medio de la lluvia y del movimiento del Jeep por las cerradas curvas, logra tomar la caja y entrarla al Jeep. La caja reposaría sobre las piernas de varios de nosotros hasta el final del recorrido, acompañando el sonido de la lluvia sobre la lona con el piar de las asustadas aves.
El conductor del Jeep Willys, de esos que como dice la agrupación Bandola, le cabe de todo, comenta que la entrada al pueblo por la vía principal está cerrada, pues van a hacer un concierto en la noche y que tienen ocupado todo el parque central con una gran carpa. El concierto que en efecto era en la tarde, y era justamente al que nos dirigíamos. Una señora que acompaña al conductor le dice: – Es el Festival de la Música Colombiana. -Si eso, ese festival de música colombiana, concluye el conductor. En el Jeep van algunos lugareños que parecen no saber mucho de qué se está hablando, no hacen ninguna comentario y en cuanto descendemos cada uno parece dirigirse a su casa.
Son pasadas las tres de la tarde, y ya la plaza central se encuentra llena de asistentes al concierto. El grupo Bandola ya estaba en tarima. Con sus animadas canciones llena de alegría el espacio que se encuentra acariciado por una suave llovizna. Las sillas están todas ya ocupadas y todas las calles alrededor del parque están llenas de carros estacionados, lo que indicaría que gran parte de los asistentes viene de afuera.
En medio del concierto poco a poco van llegando más invitados y personajes por todos reconocidos como la doctora Doris Morera, el exministro Alfredo Gómez Méndez, el maestro Carlos Álvarez. También se ven directores de medios de comunicación, como Vicente Silva de Radio Nacional.
Luego de los aplausos que despiden al Grupo Bandola, sobre el escenario aparecieron agrupaciones como el Dueto Tradiciones y el Dueto Maderas. Todos interpretando temas del maestro Jorge Villamil como Llano Grande y el Yariseño.
El Dueto Maderas, del Caquetá, Príncipes de la Canción 2022 tuvo el honor de acompañar y armonizar otro espectáculo que sorprendió al público. Niños, jóvenes, adultos, todos estaban admirados por la belleza que tenían ante sus ojos. Enmarcado por las estribaciones de dos empinadas montañas, poco a poco fue perfilándose la figura del imponente Volcán Nevado del Tolima. Una imagen muy común para los habitantes del pueblo, pero seguro menos habitual para los habitantes de Ibagué y mucho menos para los de otras regiones del país.
Por un momento todo fue agitación. Como si el gigante dormido abriera uno de sus ojos para escuchar mejor desde su aparente tranquilidad las canciones que se interpretaban, entre ellas las de Jorge Villamil Cordovez. Las nubes iban y volvían sobre el nevado con cada nueva canción. Así permaneció hasta el final del concierto
Al regreso en Ibagué, llegamos en bus hasta el Parque Simón Bolívar. Habíamos pasado en cuestión de minutoS de admirar al rió Combeima que corre agitado por su profundo valle, a la ruidosa, agitada y dinámica ciudad de Ibagué. El parque fluía de actividad, de la catedral salía una pareja de recién casados, con decenas de personas aguardándolos afuera, vestidos de blanco mientras que el carro matrimonial que los llevaría, acababa de llegar y hacía sonar su pito. En el parque se escuchaban los sonidos de guitarras y bajos; un concierto de música metal se llevaba a cabo y era presenciado por unos cuantos jóvenes que movían sus cabezas al ritmo de la batería. En el parque había actividades de todo tipo, juegos para niños, atriles para que desarrollaran sus habilidades en la pintura, dibujantes de retratos y caricaturas, otros vendían tinto y aromáticas, y más allá estaban los vendedores de jugos naturales, mientras que a unos metros, un par de policías revisaba los documentos de algunas personas.
Luego de atravesar el pasaje al lado de la catedral, los sonidos cambiaron, alguien con un parlante a sus pies interpretaba Espumas de Jorge Villamil en medio del enorme gentío que se movía en todas direcciones. Al llegar al parque Murillo Toro, donde también muchos niños realizaban actividades, se elevaba un gran inflable multicolor con rodaderos cerca del edificio de la gobernación.
Las sillas dispuestas para el evento de la tarde ya habían sido recogidas y ordenadas; se preparaban para recibir al día siguiente a más asistentes que seguirían disfrutando de las presentaciones del Festival Nacional de la Música Colombiana en su versión 37.
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