Una historia de esfuerzos, creatividad y éxitos
Cada año los restos de los cuerpos de las almas que vienen a descansar al cementerio San Bonifacio de Ibagué, son sorprendidos por los acordes de guitarras, tiples y tambores de la serenata que el Festival Nacional de la Música Colombiana le lleva al dúo de los desaparecidos Garzón y Collazos.
Este espacio de reposo y quietud se llena de vida, de sonidos y del tronar de uno que otro volador recordando que la muerte es sólo un paso más allá de la vida, como lo diría el mismo maestro Jorge Villamil Cordovez, quien fuera interpretado cientos de veces por el diestro dúo nacido en esta misma ciudad.
Algunos de los vivos que circundan el cementerio manifiestan que luego de muertos quisieran ocupar alguna de las bóvedas vacías para tener la fortuna de acompañar a Garzón y Collazos, y así recibir esa visita musical para recordar desde el más allá, las melodías que los arrullaron e hicieron felices en la niñez.
La serenata comienza a media mañana, y es uno de los puntos de partida del Festival que se desarrolla durante toda una semana, ratificando aquello de Ibagué, Ciudad Musical de Colombia. Ubicado en el centro Sur de la ciudad, el cementerio va recibiendo poco a poco a los asistentes. Algunos de ellos estuvieron por primera vez allí, hace 37 años cuando comenzó la historia del Festival llena de éxitos, esfuerzos y creatividad.
La obra y el legado musical de Garzón y Collazos son el pilar donde se sustenta el espíritu para la creación del Festival Nacional de la Música Colombiana. Desde su inicio en 1987, Darío Garzón y Eduardo Collazos han sido siempre recordados, y las canciones que ellos tocaron durante casi 40 años se siguen interpretando hoy, a veces con algunas variaciones contemporáneas.
Garzón y Collazos grabaron o participaron en más de 70 álbumes con distintas casas disqueras como Sonolux o Codiscos.
Eduardo Collazos había muerto en noviembre de 1977 y Darío Garzón en marzo de 1986. Con el propósito de conmemorar un año del fallecimiento de Garzón, el maestro César Augusto Ramírez, tuvo la idea de llevar a cabo un evento que exaltara la memoria del dueto. Asesorados por el compositor Pedro J. Ramos y con la gestión y promoción de Doris Morera de Castro quien se desempeñaba en el área de recursos humanos de Telecom, se pensó en llevar una serenata al cementerio San Bonifacio donde descansaban los restos del dúo.
Un reconocimiento por el enorme trabajo que habían realizado en pro de la música andina colombiana.
En ese momento los organizadores se dieron a la tarea de convocar a músicos y compositores del departamento. La respuesta fue inmediata y más alta de lo que podían haber imaginado.
Una serenata que había sido pensada para un par de horas, se convirtió en una presentación que se prolongó hasta casi la media noche. Muchos dúos tríos y solistas querían hacer parte de esta celebración.
El evento se repetiría un año después también en el cementerio con igual éxito. Era claro que ya no había vuelta atrás.
Hoy existen decenas de festivales de música colombiana repartidos por todas las regiones y meses del año, pero el Festival de la Música Colombiana fue el primero de su tipo y magnitud. Fue en el mismo cementerio que el 21 de marzo de 1988, luego de la segunda versión y ante los oídos atentos de tantas almas, que la periodista Fabiola Morera Carvajal propuso la creación de una Fundación sin ánimo de lucro para institucionalizar esta celebración. Desde ese mismo instante los organizadores con mucho ánimo y empeño comenzaron el proceso para la creación de la Fundación. ¡Las almas estaban felices!
El Festival de la Música Colombiana había quedado institucionalizado. El legado de los “Príncipes de la Canción”, como se conocía al dueto, estaba garantizado, y la conservación del patrimonio musical de la nación, por lo menos el de la región andina estaba asegurado.
Luego de tantas serenatas que el dueto habían ofrecido en Colombia y en otros países como Venezuela, Perú, Ecuador, Chile, Argentina, México e incluso en el Carnegie Hall de Nueva York, ahora les correspondía el turno de recibir una cada año por parte de otros grandes músicos e intérpretes.
Luego de las dos primeras presentaciones del Festival en el cementerio, se vio la necesidad de ampliarlo a otros escenarios de la ciudad para recibir a un público más amplio como la concha acústica Garzón y Collazos, el salón de eventos Comfatolima, el centro de Convenciones Alfonso Gómez Pumarejo de la gobernación del Tolima y el Teatro Tolima, entre otros.
En 2003 el Festival fue reconocido como Patrimonio Cultural y Artístico de la Nación. Desde sus inicios y más recientemente el Festival ha dado espacio no sólo a interpretes de la talla de los recordados Garzón y Collazos y compositores como José A. Morales, Alberto Urdaneta, Rafaél Godoy o Jorge Villamil Cordovez, también han pasado por sus escenarios decenas de duetos, agrupaciones de fundaciones musicales, de colegios y universidades con antiguas y nuevas interpretaciones, con fusiones de la musica andina con el jazz o rítmos andinos de otras naciones de América Latina e incluso “cumbias rebeldes” y explosivas como la de Puerto Candelaria que incluyen en sus letras temáticas más contemporáneas; pasando de los tiempos de la violencia bipartidista o del amor romántico a propuestas que hablan de la reconciliación de la sociedad colombiana, el nuevo amanecer de la patria, la paz, o el amor atravezado por la tecnolología.
En el cementerio, la presentación de la Coral Ciudad Musical interpretó los temas más tradicionales y melancólicos como Espumas de Jorge Villamil Cordovez, y otros más animados donde el público que vestía de blanco los acompaño con las palmas y cantando. Por su parte el dueto Garzón y Torrado también interpretó composiciones de Jorge Villamil, como Me Levarás en Ti y Acíbar en los Labios.
El Festival tiene muchos componentes que van de lo cultural, histórico a lo antropológico, tal como lo ha expresado Vicente Silva, director de Radio Nacional de Colombia y autor del libro Las Huellas de Villamil. “Es cultural por la enorme herencia que dejaron Garzón y Collazos, histórico porque alrededor de la música hay marcos históricos, donde se muestra la vida política y costumbres de la época. En lo antropológico cuando nos encontramos con canciones como la guabina La Sombrerera (Patrocinio Ortiz y José Ramón Ruíz), o Las Lavanderas (Nicanor Velasquez), lo que se ve es la vida cotidiana. El Festival tiene un enorme simbolismo. No es sólo vivir en la nostalgia del pasado, es una muestra del patrimonio inmaterial de la nación”.
Los temas de las canciones de la música colombiana, particularmente la andina son los paisajes, las costumbres, la vida cotidiana y por supuesto las historias de amor y desamor.
En las últimas versiones del Festival, han participado agrupaciones y artistas de amplio reconocimiento nacional como Puerto Candelaria, Herencia de Timbiquí, Adriana Lucía, María Isabel Mejía o internacionales como Maricarmen Pérez y el grupo Ensueño de México.
Ahora se espera que el Festival siga teniendo acogida. El trabajo con los niños es fundamental, para que se vinculen no sólo como participantes del mismo, sino para que lleven en el alma el gusto y sentimiento por los ritmos y temáticas de la música colombiana.
Poco antes del medio día terminaba el evento, y aún se escuchaban los ecos de la Coral Ciudad Musical y del duo Garzón y Torrado, artistas invitados al santo lugar. La brisa cálida característica de Ibague recorría sus calles y edificios, mientras la neblina despejaba los cerros que azules comenzaba a mirarse a lo lejos.
Ahora las canciones de Jorge Villamil Cordovez tantas veces interpretadas por el dueto Garzón y Collazos corren libres por los mausoleos y bovedas. No por nada será que el día de San Bonifacio es el 5 junio y el día del nacimiento de Jorge Villamil Cordovez el 6. El primero mártir y predicador de la religiòn católica en la Edad Media, el segundo, compositor y costumbrista de las américas. Es como si el mismo San Bonifacio también se congraciara con estas serenatas.
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